Y esa flor recibirá un anillo de su jardinero y sonreirá porque va a dedicar su aprendizaje y su belleza a dársela y compartirla con esa tierra, la más fértil que jamás ha encontrado y sobre la que extiende sus raíces, orgullosa y feliz, sintiéndose como dos piezas que encajan a la perfección.Pero entonces el jardinero, el “adorable jardinero” le colocará una etiqueta en el tallo que indica “Señora de tal”, que inconscientemente le hará pensar que ya nunca dejará de florecer, pues tiene la mejor tierra. Que no querrá ni ansiará seguir floreciendo aún más y más cada día.
Y ese jardinero, que somos a veces los hombres (y me incluyo) se olvidará de que, aun teniendo esa etiqueta de “Propiedad de…”, su flor tiene que seguir siendo regada día a día, todos los días! De que tiene que crecer sin límites… De que sin el riego diario va a marchitarse, envejecer, morirse, dormirse como él o, en algún caso, escaparse!Esto último pocas flores lo llegan a hacer. Resignadas recordando los días en que el riego era lluvia divina y la tierra era fértil como lo es el amor, muchas de esas flores siguen viviendo, disecadas, conservadas, dormidas, dolidas y engañadas. Engañadas por alguien que ni siquiera se da cuenta de que es él quien la ha engañado.