Aquel que creó ese refrán que dice que la felicidad no se puede comprar, es porque nunca compró un cachorro.
Benditos sean los perros, porque sin ellos creo que todas las personas estarían siempre malhumoradas al llegar de sus trabajos a casa.
Cada vez que miró a mi gato me entra la duda acerca de quien es el dueño de quien.
¿Por qué los hombres no pueden ser como los perros? Fieles, cariñosos, capaces de quedarse en casa un día entero viendo películas de amor a tu lado… ¿acaso es mucho pedir?
No hay cosa que me reconforte más que el ronroneo de mi gato. Es mejor que cualquier masaje o sonido relajante que me pueda calmar.
Comienzo a sospechar que mi perro es un experto en el arte del chantaje. Basta con que me dedique una sola de sus miradas, para que pueda dejar de regañarlo por los desastres que hace.
Hay ocasiones en que comparó a muchas de las personas que me rodean con mis mascotas y me pregunto, ¿quiénes son los verdaderos animales?
Quién no ha sentido el beso cariñoso de un perro o como un gato se frota contra sus pies, no ha conocido lo que es la verdadera felicidad.
No importa cuanto ruido puedan hacer por las noches, que muerdan mis cosas o ensucien a veces el jardín. Quiero a mis mascotas porque han sabido darme más cariño que muchas personas.